En la aldea
07 abril 2025

Ser rico es malo

Del poco trecho de Trump en la oficina oval se asoman decisiones que pueden cambiar el rumbo de una sociedad que había escogido, después de extraordinarias y arduas gestas,  el camino de la democracia y del respeto de los derechos  de sus ciudadanos.

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Elías Pino Iturrieta | 09 febrero 2025

En su rol de protector de los humildes, Chávez hizo una afirmación que copó los espacios de la opinión pública con diferentes interpretaciones que  no pasaron a mayores. «Ser rico es malo», dijo, para que sus palabras retumbaran cuando se vivía el apogeo de una campaña que había promovido en favor de los menesterosos. Estos serían los buenos de la partida, porque  su desdicha dependía de los elementos materiales acumulados por los propietarios, quién sabe desde cual época remota e injusta. No explicó el argumento, solo lo popularizó para que los de abajo sintieran que por fin estaba en la cima su bienhechor y profeta, o para que se mantuvieran la firmeza y el número de las masas que lo seguían   como al vengador que se empeñaba en sacarlas del purgatorio.

Nada nuevo bajo el sol venezolano, porque los moralistas españoles no habían dejado de criticar a los opulentos desde el período colonial, y porque los caudillos del siglo XIX ya habían desatado una afilada  campaña contra las oligarquías  que medraban del sudor de los campesinos, de sus haciendas. Toda una tradición, en suma, iniciada por los catedráticos de teología moral  en el siglo XVII y por los sermonarios aldeanos, pero llevada a la cima después en el campo de batalla por soldados como Ezequiel Zamora. Nadie estuvo entonces dispuesto a recordar que las hazañas que condujeron al desmantelamiento de Colombia, encontraron fundamento en una prédica sobre los beneficios que  producía la acumulación de capitales y la lucha contra los perezosos. En nuestros días, ni siquiera los liberales de moda le metieron el diente a una sentencia tan peregrina como la de Chávez, pese a su debilidad. Mejor pasar agachados frente a una demagogia secular, y especialmente debido al hecho de que  nadie se había  querido retratar en el cuadro de los conservadores, desde cuando la Tierra de Gracia se convirtió en  Venezuela

O tal vez porque no tenía sentido ponerse a debatir con un juicio tan baladí como el del comandante sobre los poseedores de capital. Hubiera sido espectacular ver a los señores de Fedecámaras levantar la voz contra el mandatario que los asociaba con la maldad, por ejemplo, o a muchos políticos nuevos en la plaza a quienes ya entusiasmaba el mensaje del emprendimiento y el ataque del estado benefactor que conducía al  parasitismo. Sin embargo, hicieron mutis por el foro. Lo que pudo ser una polémica como las sucedidas  en la época de la secesión de Colombia, es decir, una disputa histórica entre el capitalismo ascendente y la superficialidad politiquera, quedó en nada. Los documentos surgidos al calor del liderazgo de María Corina Machado, han insistido en desmentir la relación entre riqueza y mácula, entre el quehacer de los ricos y la infelicidad de los pobres, pero ha sido un asunto que no ha salido de los papeles ni ha insistido en el anuncio de un pensil del trabajo y del ingenio que hará próspera a la sociedad.

Cuando Chávez lanzó su sentencia ante el silencio de unos prevenidos interlocutores, no copaba la escena un personaje tan atrayente  y ubicuo como Elon Musk, o como muchos de su rango y oficio que han ascendido a la cúspide más prominente con la victoria de Trump en los Estados Unidos. Me refiero a figuras célebres como Jeff Bezos, Mark uckerberg, Larry Anderson y Sam Altam, entre otros pocos, quienes han acumulado una fortuna inhabitual debido a los resortes de su talento personal y a un trabajo sin descanso. Modelo de las nuevas generaciones porque su ascenso se debió a su genio natural, a su superación intelectual y a no tenerle asco a las ingratas faenas de cada día, pocos faros parecen inobjetables a la hora de buscar luces para el destino personal y para el bien común. Para colmos, o para mayor gloria del capitalismo, no pocos han destacado por un mecenazgo que los aleja del clan de los aprovechadores egoístas, que hicieron negocios desde las últimas décadas del siglo XIX con la vista gorda de la Casa Blanca; y por su preocupación ante asuntos primordiales como la preservación  del medio ambiente y el desarrollo de las ciencias. Una relación tan evidente entre riqueza particular y beneficios sociales, o entre esfuerzo individual y progreso colectivo, pocas veces se ha concretado en la historia contemporánea.

Pero, ¿qué pasa cuando el éxito empresarial se convierte en modelo de gobierno en la potencia más importante de la tierra? La trasformación de la vida que ha propuesto Trump para que su país retorne al pináculo al que accedió en los tiempos del «gran garrote», impulsado  por la doctrina del «destino manifiesto», no depende de la orientación de los partidos políticos, ni de poderes fundamentales como el parlamento, ni del saber de las universidades, sino del parecer  de magnates como los mencionados en cuya cabeza descuella un Musk que, antes de hacer de Cristóbal Colón en Marte, barrerá a su manera la ineficiencia de las oficinas públicas. El partido republicano, hasta ahora, se ha limitado a ver el espectáculo diseñado por el jefe del estado con su vanguardia de caballeros famosos. Todavía sin recuperarse de la derrota electoral, el partido demócrata mira silencioso desde un desacostumbrado limbo, lo que hacen unos protagonistas de estreno a quienes se debe el fortalecimiento de la opulencia privada, pero que no han demostrado su eficacia, en una parcela tan delicada como la administración de un país enrevesado y rodeado  de frustraciones.

Del poco trecho de Trump en la oficina oval se asoman decisiones que pueden cambiar el rumbo de una sociedad que había escogido, después de extraordinarias y arduas gestas,  el camino de la democracia y del respeto de los derechos  de sus ciudadanos. Asuntos primordiales para la cultura estadounidense, como la libertad de expresión y la deliberación parlamentaria,  parecen destinados a terribles limitaciones. La modificación de la conducta  hacia antiguos socios del extranjero y la consideración de   problemas de estados rivales o distantes sin las paciencias ni los respetos del caso, se asoma hacia horizontes oscuros o hacia salidas drásticas que una sólida tradición ponderó con cautela. Pero no ahora por el consejo del funcionariado y de los políticos y los profesionales formados para tales asuntos de trascendencia, sino por lo que sugieran o resuelvan los capitanes de empresa sentados en el gabinete y al frente de  tendenciosos parapetos de propaganda, que no dudan en desacreditar de la manera más grosera a sus émulos de la comarca y de extramuros.

No solo se da así el caso del predominio absoluto y grosero de lo privado sobre lo púbico, en la sociedad más poderosa de la historia universal, sino también la supeditación de la experiencia a la improvisación en los asuntos oficiales y las ínfulas de crear un desarrollo distinto de la vida en general, porque le ha funcionado a un puñado de protagonistas estelares. Que el impulso de una colectividad que ha sido paradigma global desde su nacimiento se mude o apague, porque le ha llegado el turno de gobernar a un puñado de personas opulentas puede desembocar en una tragedia de proporciones gigantescas, que no solo concierne a sus criaturas sino también a la humanidad toda. Ante la proximidad de una hecatombe de tal magnitud, mas solamente frente a ella, estaríamos de acuerdo con Chávez en afirmar que «ser rico es malo». Pero así de rico y de atrevido y alzado, conviene aclarar.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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