En la aldea
03 julio 2025

La compasión es mucho más que empatía

La medicina no es solo ciencia. También debe ser humanidad. Y sin compasión, no hay humanidad posible.

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Para Elizabeth Fuentes

Hace tres años decidí someterme a una operación quirúrgica de implante de rodilla que cambió mi vida para siempre, consecuencia de la  mala aplicación de la anestesia peridural. Todo esto ha derivado en un problema mucho mayor al que tenía en la pierna antes de la intervención. Quería solventar la aflicción que soportaba previamente. Justamente eso. No era otra cosa lo que esperaba: reemplazar mi rodilla para tener una mejor calidad de vida. 

Para tener una mejor calidad de vida, pero ocurrió que la aplicación de esa anestesia me ocasionó una lesión en el cono medular que produjo varias secuelas irreversibles, siendo la más importante la pérdida de movilidad de la pierna y del pie en la extremidad que tenía en buen estado antes de entrar al quirófano. Por allí comenzó la cadena —calvario— de desenlaces muy penosos.

Desenlaces muy penosos, sí, y me pregunto: ¿Es lo sucedido un hecho intencionado? No lo es, sin duda alguna. No obstante, cabe preguntarse si media alguna irresponsabilidad, como, por ejemplo, si el anestesiólogo divide su tiempo profesional con otras actividades lucrativas que no tienen relación alguna con la práctica de la medicina, las cuales le impedirían ejercitarse mejor, actualizar sus conocimientos, investigar nuevas modalidades de una ciencia que cambia día a día y tener el descanso físico y mental necesario para estar en las mejores condiciones y poder de esta forma realizar con éxito los procedimientos médicos a los pacientes.

Realizar con éxito los procedimientos médicos a los pacientes, y una vez ocurrida la desgracia, vuelvo a preguntarme, ¿es suficiente apenas lamentarlo? ¿No era menester que su causante hiciese un seguimiento genuino e interesado en los perversos efectos que esa anestesia quirúrgica me ocasionó a mí y a mis entornos familiar y social?

A mí y a mis entornos familiares y sociales, porque después de todo esto mi vida se trastocó por completo: me he visto obligado a dedicar inesperados esfuerzos de todo tipo, incluido un severo impacto en mi economía. Se ha limitado mi actividad laboral —totalmente perdida durante un largo período—, con el agravante de que debo hacer considerables y continuas erogaciones en consultas médicas, terapias físicas, equipos médicos y medicamentos. En suma, lo que iba a ser una solución de un problema doloroso con el que podía existir, es ahora una auténtica calamidad debido a la cual no puedo disfrutar de una mejor condición existencial. 

Disfrutar de una mejor condición existencial, obviamente, pero debo anotar que esa afectación trasciende también de largo a limitaciones físicas, para invadir igualmente otras esferas de mi vida y mi entorno familiar. Me refiero en concreto a la aparición de trastornos de carácter emocional que produjeron en mí una prolongada y profunda depresión mayor, sumamente restrictiva. 

Una prolongada y profunda depresión mayor, sumamente restrictiva, además de que en este caso también aparecen obligaciones morales o éticas desatendidas. Los médicos que cumplen con el celebérrimo juramento hipocrático (todos lo hacen) tienen la obligación de honrarlo. Reza así ese mandamiento: …un compromiso solemne que los médicos asumen al iniciar su práctica profesional. Originalmente redactado en la antigua Grecia, este texto se enfoca en los valores éticos y morales que deben guiar la conducta médica. Entre sus principios destacan la dedicaciónal bienestar del paciente, la confidencialidad y el rechazo a prácticas dañinas o inmorales.

«La compasión es la cualidad más noble del alma humana».
Baruch Spinoza.

El rechazo a prácticas dañinas o inmoral, y es por lo cual sostengo que en este punto entra en consideración ese elemento que ya he mencionado y que está relacionado con la humanidad de la medicina: la compasión. ¿Esperaba yo conocimientos científicos y técnicos en la aplicación de la anestesia quirúrgica?, ciertísimo. Tan cierto como que luego del mal resultado de la anestesia, también aguardaba por manifestaciones explícitas de auténtica sensibilidad por parte del médico anestesiólogo, tanto más en este caso, en el que quedaron lesionadas mi integridad física y mi estabilidad emocional. 

Mi estabilidad emocional, que se habría conseguido en algún grado con expresiones de compasión por parte del médico anestesiólogo que vayan más allá de la formalidad de una empatía, que es una expresión muy fácil de fingir. La empatía es la  disposición de ponerse en el lugar del otro, de comprender sus sentimientos, mientras que la compasión es lo que hacemos con esa empatía para aliviar las penas de los demás; una respuesta emocional que surge a partir de la empatía, y que incluye el deseo genuino de aliviar o evitar el sufrimiento del otro. Se trata de entender de veras el sufrimiento y sus dramáticas consecuencias, mostrar humanidad, interesarse, actuar y ocuparse ostensible, seria y firmemente, de la recuperación de los pacientes afectados. 

La recuperación de los pacientes afectados, debido a que todo aquel que ha sufrido un tal desaguisado, con toda seguridad espera mejorar —al igual que yo mismo—, además de recibir muestras de una consistente y comprometida compasión por parte de su causante. La solidaridad activa, evidente, militante, debería ser parte esencial de la relación médico paciente. Es lo menos después de tanto padecimiento. Pero no. En mi caso nada de eso ha ocurrido.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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